A lo largo de las primeras décadas del siglo XVII, Portugal y los Países Bajos se esforzaron por atraer a China y Japón hacia otras partes del mundo controladas por el creciente poderío imperial de España. Como parte de su libre intercambio comercial y cultural con los europeos, los chinos y japoneses vieron la transformación e influencia de algunas de sus artes tradicionales. Una de las que resultó más estimulada fue la cartografía. Tras la consulta de diversos mapas de los más importantes cosmógrafos y cartógrafos de Portugal y Flandes, el trazado y la técnica de impresión japonesa mejoraron.
Sin embargo, el enfrentamiento de los shogunes dirigentes contra la presencia de los extranjeros derivó en que la circulación más amplia del conocimiento cartográfico occidental se diera sólo después de que Japón cerrara sus fronteras a los extranjeros.
En 1645, en Nagasaki se imprimió el primer mapamundi japonés de la era moderna. Denominado “Bankoku Sōzu” (“mapa general del mundo”), ese trabajo de 135.5 cm por 57.6 cm fue una copia japonesa del mapa global trazado por el jesuita y misionero italiano Matteo Ricci, quien lo trazó en China a fines del siglo XVI, con base en su conocimiento de los mapas de Ortelius, Mercator, Blaeu y otros cartógrafos destacados de la Europa de entonces.
Trazado sin ninguna escala reconocida, ese mapa japonés sin autor fue elaborado durante la era del poderoso sogún Tokugawa, en el año Shoko tori, que puede verse escrito en la parte posterior de la impresión, hecha sobre una tabla, pintada en ambos lados y orientada de forma vertical como aún es usanza en el idioma y cultura japonesa. Así, el mapamundi fue diseñado para colgarlo orientado con el Este u Oriente de América en la parte superior del conjunto cartográfico.
En ese mapa elíptico, con el centro del mundo ubicado en el Japón, pueden apreciarse los cuatro caracteres del título en la parte superior, flanqueados por dos barcos europeos en los extremos superiores del mapa y otros dos en los extremos inferiores. Dos líneas marcan la división del mundo conocido. Por un lado, una parte en dos al océano Pacífico, mientras que la otra lo hace mediante la línea del Ecuador. Con el paso del tiempo, la fijación de los paralelos y meridianos serviría para mejorar la escala de los mapas, el trazado detallado de los mismos y la fijación y empleo de los husos horarios y de los grados de la latitud y longitud.
El trabajo cartográfico de Ricci ingresó a Japón a principios del siglo XVII y se convirtió en un fuerte elemento cultural moderno, por medio del cual el Japón se abrió a la rápida absorción de nuevos conocimientos y a la generación de un nuevo pensamiento híbrido y sincrético, al grado tal que cambió su cosmovisión y le dio un nuevo posicionamiento de su ser y estar en el mundo. Además, para los japoneses resultó más fácil absorber ese nuevo conocimiento cartográfico de alcance global debido a que los trabajos de Ricci llegaban de forma directa desde China y su idioma clásico, por lo que su penetración cultural –realizada entre 1610 y 1614- fue más fácil que si hubiera llegado desde cualquier lengua europea.
En la parte posterior de ese mapamundi japonés se localiza el cuadro Shōhō Teiyū, que en 40 cajas consecutivas presenta a personas de diversas culturas, ataviadas con sus trajes propios, pero con rostros y cuerpos japoneses. Esa reproducción de diferentes etnias, la curiosa forma de los continentes (con una Antártida descomunal) y el peculiar uso de colores y estilo decorativo se derivan de la presencia misionera de los jesuitas, que fueron verdaderos maestros de artes y ciencias en el Japón de aquellos tiempos.
Resulta curioso que entre esas 40 cajas no figure ninguna dedicada a las etnias americanas. Hay presencia de culturas europeas, africanas y asiáticas, pero las de América no se plasman entre ellas, aunque sí aparecen los topónimos asignados a la mayor parte de los territorios que ya pertenecían a la corona española desde casi un siglo antes. El Reino de Guatemala y la Gobernación de Panamá no fueron excepciones a esas designaciones toponímicas y aparecen en medio de una América trazada de forma bastante burda, con un conocimiento geográfico muy atrasado para el evidenciado por la tradición cartográfica europea correspondiente al año 1645.
En la actualidad, sólo se conservan dos copias de ese mapamundi japonés de 1645. Ambas están dañadas en diversas partes de su estructura y una de ellas (conservada en el Museo de Arte Namban de la ciudad japonesa de Kobe) mide varios centímetros menos que la otra, que se custodia entre los valiosos acervos de la Sección de Libros Raros y Colecciones Especiales de la Biblioteca de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá. Gracias al intenso trabajo de digitalización y estudio de ambas copias, es posible conocer ahora gran parte de la herencia cartográfica sino-japonesa del siglo XVII y sus pretensiones de vincularse y conocer al resto del mundo derivado de las expediciones europeas por diversos continentes y culturas entre los siglos XVI y XVIII.
PARA SABER MÁS
-SHIRAHARA, Yukiko. Japan envisions the West: 16th-19th Century Japanese Art from Kobe City Museum (Seattle, Seattle Art Museum, 2007).
-TANSEN, Sen (ed.). Buddhism Across Asia: Networks of Material, Intellectual and Cultural Exchange (Singapur, Manohar-Institute of Southeast Asian Studies, 2014, volumen I).
-WINTLE, Michael J. Imagining Europe: Europe and European Civilisation as Seen from Its Margins and by the Rest of the World, in the Nineteenth and Twentieth Centuries (Bruselas, P. I. E. Peter Lang, 2008).
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